Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,

Manrique

Paso tantas horas en silencio que la voz me rasca al salir. Como si, en las bóvedas de mi pecho, se fuera posando un polvo invisible y al salir se quedara pegado en mi garganta. La soledad es un veneno sin cura y sin antídoto. Un ácido que carcome sin destruir. Una callada corriente de agua que te erosiona y te esculpe, dejando tu alma suave e irreconocible.

La romantización de la soledad debería darnos una muestra de cuán enfermos estamos. No me gusta decir que nunca ha sido así pero tampoco podemos perder de vista que los castigos más severos de muchas sociedades pasadas eran, precisamente, la soledad y el aislamiento. Desde el exilio de Napoleón a la muerte de Sócrates para evitar el ostracismo, vivir solo y fuera de la sociedad ha sido considerado como uno de los más terribles castigos. ¿Por qué entonces valoramos tanto hoy este meta exilio, esta soledad dentro de la polis?

No sé, si esperas que mis reflexiones te aporten soluciones o consuelo, tengo el disgusto de decirte que no va a ser así. Qué decirte que no sepas ya. Como yo, seguramente estés inmerso en esta niebla que lo empaña todo y que siempre está dos pasos más allá; intangible, inalcanzable. Porque, ¿qué ha sido del sol? ¿Qué ha sido del gozo genuino y redondo? ¿Por qué no podemos parar? Quiero pensar que todo eso, todas esas sensaciones y esa calma siguen ahí, escondidas y solo tenemos que volver a encontrarlas.

Y para encontrarlas tenemos que dejar de buscar.

Creo, y aquí me vas a permitir un conatito de buscar consuelo, que voy a compartiros una anécdota. Hace unos días tuve un club de lectura con unos amigos. Inicialmente, era una excusa para que estos amiguitos se reengancharan a leer y… ya. Esa era toda la pretensión: volver a leer. El libro no lo elegí yo y era una novela así juvenil (la reseñé aquí el mes pasado) que no nos gustó a ninguno. Pero… Todos la terminamos y lo mejor es que pasamos una mañana muy agradable haciendo un resayuno comiendo galletas caseras con cafecito y zumo de naranja. Y, después, hice un arroz con bogavante bien bueno. No profundizamos en la novela, no solucionamos nada ni llegamos a ninguna conclusión trascendental. Solo pasamos un buen rato y ya. Un buen rato en compañía. Un buen rato después de semanas apoyándonos y animándonos a leer y tener ese momentito cálido y privado con un libro.

Creo que el sistema tiene que abordar muchas reformas pero en lo cercano, en lo pequeño, la gran conquista puede ser, sencillamente, estar con tus amigos y disfrutar de una mañana de domingo tontorrona con comida casera. Ya sabes: actúa localmente, piensa globalmente. Yo lo llevo también a lo mío: recuperar la lectura ociosa. La lectura que no vale la pena porque no estás leyendo a grandes nombres (Cervantes, Tolstoi, Platón) sino que tu cuerpo se relaja y tu mente camina por la parcelita de cielo que te apetece visitar en ese momento.

Mi parcelita de cielo tiene dos tapas y un montón de hojas. La tuya puede ser hacer una bufandita de lana en ese naranja tan mono. Qué mas da. Adelante, siéntate y disfruta del sol en la carita.

Si has llegado hasta aquí, por favor, dame una señal de que no estoy hablando solo. Un besito.